Libro escrito por Francisco Pérez de Antón
Una lectura que disfruté muchísimo, lo cual concuerda con la premisa del autor de que la -literatura tiene que ser entretenida-. La novela, clasificada como un thriller político, se desarrolla en Guatemala luego de conocerse al ganador de las elecciones presidenciales, antes de la toma de mando del presidente electo. Lo interesante de la ficción en una novela es que el lector se imagina cosas, aderezando personalmente la historia. En mi caso imaginé que el escenario de tiempo era agosto 2019, en una Guatemala envuelta en la crisis actual política y los hilos de la corrupción que envuelve a los candidatos y a sus equipos de gobierno. El protagonista de la novela es el futuro presidente, Daniel Sanabria, un empresario que había tenido éxito en la iniciativa privada, pero a la vez un hombre ingenuo en la política. El autor remarca un mensaje: En la política, ni la razón, ni la búsqueda del bien común son suficientes para cambiar el país. Hace falta, además de esas buenas intenciones, ser un político astuto. Un presidente sin tacha es la ficción de Daniel Sanabria de 40 años, un hombre bueno, decente y trabajador, pero eso no le es suficiente para cambiar el país; el libro deja cierto mensaje, que para gobernar un país, además de ser un hombre bueno, también se requiere una dosis grande de astucia, sin caer en el extremo manipulador “mañoso” de la política tradicional, representado en el libro por su compañero de fórmula, Tulio Expósito.
Muy buen libro, muy entretenido, una novela interesante. Lo recomiendo.
A continuación transcribo textualmente algunas ideas que creo yo, son mensajes centrales que el autor desea trasladarnos con su obra:
La vida y el golf se parecen en que sus partícipes tratan de recorrer sus respectivos trayectos con el menor número de golpes y en qué, al cabo de la andadura, todos concluyen la partida en un hoyo.
Un buen presidente debe llenarse de fe en que un día tendremos un gobierno honrado que nos dignifique a todos y que reforme un sistema político corrupto y criminal. Y el mayor bien que un presidente de Guatemala puede legar a su país es haberlo liberado de esa lacra.
¿Entonces? Como decía Mr. Spock, una diferencia que no hace una diferencia no es una diferencia. Estamos como estamos porque lo urgente ha restado prioridad a lo importante, que es el respeto a las leyes. Guatemala no es un país de textos. De textos legales, quiero decir. Es un país de contextos donde cada quien le pone a la ley el suyo. Y esto tiene que cambiar.
Si quieres ser un buen político, tienes que dejar de ser un político “bueno”. En la vida pública, el “buenismo” solo sirve para que los malos te acogoten.
Una de las mayores tonteras de ese “buenismo” es su fe en la unanimidad. Cuando mucha gente se pone de acuerdo en algo es para hacer una estupidez o cometer una bellaquería.
En política, el mal no es lo contrario del bien. En política, el bien es todo aquello que funciona, y el mal, lo que no funciona. El mal en política no existe. Solo existen las malas decisiones.
¿Quieres gobernar, quieres dirigir, quieres ser un líder? Olvídate de los libros de filosofía política, que es lo que enseñan las universidades del país, o sea, la política como debería ser en vez de cómo es en realidad. De manera que si quieres practicar con éxito este oficio, debes alejarte de Montesquieu y acercarte más a Maquiavelo. Aprenderás un montón sobre la realpolitik.
El pueblo no sabe lo que quiere. Solo sabe lo que no quiere. Y lo que no quiere son dirigentes sin personalidad, sin talento político y sin huevos. El poder no se engendró de la pureza, sino de la necesidad de poner orden en el caos. Se gestó en la selva, en la bestialidad de las manadas, en la asfixia del enjambre, en la barbarie de la horda, en la tiranía del patriarca.
Los herbívoros se comen a las plantas, los carnívoros a los herbívoros, y los omnívoros a los herbívoros y a los carnívoros. Los plantígrados se hartan de salmones; las águilas, de palomas; los tiburones, de sardinas; los pájaros, de insectos; las serpientes, de ratones. Y así hasta el infinito.
Lo peor de la corrupción no es que se pierda el alma con ella. Lo peor es el daño que hace a terceros. A los simples, a los débiles, a los incautos, que son mayoría, a la gente de buena fe y buena voluntad y a los destinatarios de la esperanza. Nadie tiene piedad con ellos. No al menos esas bandas de tahúres que se apoyan en los simples para llegar al poder: los utilizan, los engañan, los estafan y los despojan.
Guatemala no tiene un problema moral, tiene un problema judicial. Y este sí es un grave asunto, pues lo único que puede mantener a raya el mal no es el bien, sino la justicia. Y lo que hace falta para eso es un puñado de hombres y mujeres decididos, valerosos e insobornables dispuestos a enfrentarse al monstruo y encerrarlo. Porque, en el fondo, derrotar al mal no es una cuestión de rectitud o de razón. Es cuestión de querer hacerlo. Todo lo demás son historias.