Y lograron sin choque sangriento.
Reflexiones sobre la Independencia de Guatemala y la América española, de Francisco Pérez de Antón
La Independencia de España fue el lógico final de la lucha entre dos facciones de la raza conquistadora y miembros de una misma familia, criollos unos y peninsulares otros.
Ente los españoles de una y otra orilla podría haber un credo y una lengua comunes, nombres, apellidos, costumbres y gustos cercanos, pero su personalidad se había escindido. Tenían la misma raíz, pero vivían en latitudes distintas, el clima y una cultura que, no obstante, las semejanzas, el tiempo se había ido encargado de subrayar las diferencias.
El acta de Independencia de Guatemala revela que, de los 13 firmantes, 7 eran descendientes de españoles, 3 clérigos del mismo origen y 3 nacidos en España, entre ellos Gavino Gaínza.
Allí donde la amenaza de subversión popular es inexistente o poco probable, optarán por la Independencia conservadora, es decir, ruptura con España y autonomía sin pérdida de estatus, como sucederá en México y Guatemala. En cambio, donde la autoridad española da señales de debilidad, o incluso de simpatía por las ideas liberales, como sería el caso de Venezuela y Argentina, los criollos se sublevarán contra España.
La iglesia católica que se había negado en principio a aprobar la emancipación política de Guatemala y sus provincias, se volvía patriota entusiasta tras recibir la garantía del emperador mexicano Iturbide de que sus bienes y sus rentas no serían tocados. La iglesia no encontró inconveniente en traicionar al rey de España, al pueblo, al orden monárquico y a la Guatemala borbónica, abrazando la Independencia.
En la ciudad de Guatemala, en 1821, gobernaba Gavino Gaínza, un brigadier de carrera nacido en Navarra y Jefe Político de Centroamérica (el título de Capitán General había dejado de existir por este tiempo).
Por más que se nos quiera convencer de lo contrario, el poder político de Guatemala y sus provincias no era de la oligarquía criolla. Era Gavino Gaínza y sus quinientos soldados. El brigadier era en última instancia quien debía decidir si proclamaba la Independencia o se dedicaba a perseguir patriotas.
El poder político, por tanto, no descansaba tanto en los hombres de negocios, la Iglesia, los intelectuales, el cabildo, la Universidad de San Carlos, los abogados, los pequeños artesanos y comerciantes y otros grupos de presión parecidos a los de hoy, sino en el brigadier de turno.
En la esquina opuesta, se agrupaban los liberales de la familia Aycinena. Partidarios del libre comercio, aspiraban a la Independencia por el beneficio económico que les traería mantener el sistema monopolista y centralizador que se ejercía desde Guatemala. Los Aycinena habían fundado un semanario, El Editor Constitucional, desde cuyas páginas, destacados personajes como Pedro Barrundia, Pedro Molina o los hermanos Montufar promovían el libre comercio y la separación de España.
En poco más de una década, un rosario de acontecimientos habína puesto al mundo hispano americano de cabeza. La invasión napoleónica de España en primer término. La huida y abandono de sus reyes, después. El ascenso al trono español de un hermano de Bonaparte, luego, La Guerra de la Independencia española. La Constitución liberal española de Cádiz de 1812. La abolición de la misma por Fernando VII. La represión que siguió a quienes la firmaron. Las guerras de Independencia de las provincias de América del Sur. Y finalmente, y para mayor abundancia de vendavales, un alzamiento revolucionario en España contra el rey.
Detengámonos aquí un momento, porque merece la pena. La Ley de Cádiz fue la primera Constitución liberal de Europa y el mundo hispánico, la primera Carta Magna de Europa, la primera Carta Magna que suprimía la sociedad estamental y establecía un nuevo orden más digno y más justo, así como un pacto social que reconocía a Fernando VII como rey de España, aunque con poderes limitados. Era una revelación y una sorpresa. La Constitución de Cádiz se fundaba en la soberanía nacional (o del pueblo que diríamos hoy), la separación de poderes, la igualdad ante la ley y la abolición de los privilegios de la nobleza y el clero. La libertad individual, la libertad de contrato y la propiedad privada eran derechos otorgados por Dios a los hombres que el Estado debía proteger, pues tales derechos eran superiores al Estado. Por último, a partir de la nueva Carta Magna, ningún monarca español debería ser en el futuro acreedor al trono merced a la gracia divina, sino a la voluntad de los gobernados.
La Carta Magna de 1812, escribe Ramos Santana, fue un modelo de enorme influencia en el devenir político de las colonias españolas en América. Y tanto la idea de nación como las referencias a la traición española del constitucionalismo que Cádiz defendía tendrán sus paralelos en los numerosos textos constitucionales americanos que se redactarían después.
Volviendo a Guatemala…
Desde el imperativo territorial a las demandas de libertad política y derechos ciudadanos, el acta de Independencia de Guatemala es ejemplar de acuerdo con los criterios de la época. Y de los modernos también. Pero hay además un matiz que importa subrayar: el acta más que otra cosa es una declaración de intenciones. Como dirá en su momento el canónigo Antonio de Larrazábal, representante de Guatemala en la Cortes de Cádiz, “no hay nación sin constitución”.
Hubo un motivo adicional, sin embargo, que podría contribuir a desentrañar esta rareza que fue la emancipación apacible de Guatemala y sus provincias. Nos referimos a la prudencia política que mostraron las personas implicadas en aquella decisión, habiendo en juego tantos intereses disímiles. Son pocas las cosas que unen a los hombres: un interés común, un ideal común, un enemigo común. Así y todo, se dan ocasiones en que esos factores coinciden y por distintos caminos los viajeros llegan a la misma posada. La Independencia fue sin duda una de esas ocasiones. De ahí que, en lugar de enfrentarse con las armas, como era lo previsible, los próceres de Centroamérica llegaran a un compromiso, en vez de provocar un mar de sangre como el que había inundado el continente.
A modo de breve sumario, preguntémonos, por último, ¿qué fue en resumidas cuentas lo que lograron los próceres aquel 15 de septiembre? Dos bienes de un valor incalculable. La emancipación política de España, en primer término, y evitar una guerra civil, en segundo.
Tan solo unos días después a la firma del acta de independencia, el 19 de octubre de 1821, Gavino Gaínza recibe una extensa carta firmada por Agustín de Iturbide que contiene una propuesta para que Centroamérica se incorpore al nuevo imperio. Iturbide ha decidido incorporar Centroamérica a su imperio y extenderlo hasta Panamá.
Gavino Gaínza, quien ve el problema con ojos de soldado, y probablemente sospecha que, tras lo ocurrido en la batalla de Trafalgar, España no acudiría a rescatar Guatemala, no quiere sin embargo decidir por sí solo. Y tras dar a conocer a las provincias la carta del emperador mexicano, dispone consultar a los ayuntamientos centroamericanos la idea de anexionarse a México, pidiéndoles una respuesta antes del 2 de enero de 1822. Y ante reiteradas presiones de Iturbide sobre el Gobierno y la Audiencia, la mayoría de los cabildos centroamericanos opta por el pragmatismo y vota mayoritariamente a favor de la anexión a México. Ese es al menos el dato que conserva la asamblea celebrada en Guatemala el 2 de enero de 1822. De los 170 ayuntamientos consultados, 104 estuvieron de acuerdo, 32 manifestaron su respaldo a cualquier resolución que adoptara a la Junta Provisional de gobierno, 21 insistieron en remitir la consulta al Congreso pendiente y 2 votaron en contra.
El Emperador Iturbide decide cruzar la frontera y enviar los 480 hombres de su llamada División Auxiliar a Guatemala, a cargo Vincenzo Filisola. Gaínza le entrega el poder en junio de 1822. El veterano brigadier (rondaba ya los 70 años) no había podido alcanzar su propósito de desarrollar un orden político de carácter representativo. Iturbide es un absolutista, rechaza el republicanismo, como sabemos, y desconfía de Gaínza, quien se irá de Guatemala arrepentido de haber propuesto a las provincias la adhesión a México. Centroamérica hubiera permanecido en paz son sus palabras “si no hubiera sido por los acontecimientos militares de los revolucionarios mexicanos”. Pero el 20 de marzo de 1823, Iturbide renuncia a la Corona y así concluye la breve vida del Imperio Mexicano y acto seguido, el 1 de julio de 1823 La Asamblea Nacional Constituyente de Centroamérica declara la Independencia de España, México y de cualquier otra potencia.
Centroamérica, al igual que México, tendrá a partir de aquel día dos actas de Independencia. Los próceres conservadores habían esperado una seguridad que México no estaba en condiciones de otorgar. Y los próceres liberales que aprobaron la segunda acta serían considerados por los historiadores como los verdaderos patriotas, en detrimento de quienes habían firmado dos años atrás la primera.
Cuando se lee con detenimiento el acta del 1 de julio de 1822, es fácil comprobar que no anula ni rectifica la primera. Más aún: los mismos patriotas del segundo acto de la emancipación, califican de memorables el acta del 15 de septiembre, adoptada en esa fecha por la mayoría de los pueblos de este basto territorio. Lo que implica que, después de todo, el acta de 1821 era una declaración absoluta de Independencia y que, a pesar de sus declamados defectos (timorata, ambigua, pastelera, qué falsa la libertad, qué falso nuestro 15 de septiembre). De ahí que la mayoría republicana que aprobó la segunda no moviera un dedo para alterar el espíritu de la primera. No criticó ni una línea. Solo se limitó a condenar la anexión a México por no haber sido acordada ni pronunciada por órganos ni medios legítimos.
La Independencia de Guatemala discurrió por dos fases: conservadora una y liberal la otra. Cada cual, con sus debilidades y errores, pero ambas animadas del espíritu emancipador que las llevó a concluir el proceso. Esto es lo que en definitiva importa. No hubo, pues un acta buena y otra mal. Hubo dos actas y las dos son buenas.
Buen libro, lo recomiendo.