Le apasiona enseñar, tiene muchas cosas que quisiera compartir, tiene el llamado, pero al igual que yo, talvez sentimos que no tenemos la plataforma masiva para compartir todos esos mensajes. Nos inunda la pasión por compartir lo que se nos ha revelado, muchas veces lo compartimos en grupos pequeños, en sesiones con los equipos de trabajo a nuestro cargo, pero sentimos que “no se nos ha encomendando” compartirlo a una gran multitud, probablemente seamos “predicadores sin púlpito”.
Pensemos un momento… tenemos el –llamado-, tenemos la fe y el anhelo… entonces, ¿qué pasó? ¿es posible que no lleguemos a compartirlo con grandes audiencias?
En un mes de octubre, tuve la oportunidad de asistir a la conferencia de liderazgo Catalyst en Atlanta, GA. Indudablemente varios expositores llamaron mi atención, pero quiero referirme a una conferencista poco conocida para mí, bastante joven, que mantuvo la atención de la mayoría de las 13,000 personas que estuvimos en el Gwinnett Civic Center Arena; para muchos, fue la mejor expositora de los 3 días de conferencia. Su nombre, Rachel Cruze Ramsey, participó con su papá Dave Ramsey, equivocadamente pensé que había sido invitada no por méritos propios, sino por la gran influencia de su padre, un famoso conferencista de temas financieros y cuyo programa de radio se reproduce en más 500 estaciones en Estados Unidos, renombrado escritor de 16 libros, incluidos 4 que han sido clasificados como best seller por el New York Times.
Escuchar la enseñanza de Rachel Cruze, llena de vividas historias de lo que aprendió de su padre; escuchar una exposición clara, concisa, con un mensaje que aún tengo presente y que seguramente recordaré toda mi vida, identificada con la audiencia de muchos jóvenes, realmente habló a mi corazón. Como usted esta curioso del mensaje, le diré resumidamente (aunque no es el mensaje, sino el mensajero el motivo de este artículo) que fue acerca de lo que ella llamó “el principio de la pita”: su papá le enseñó: “te doy más pita, más permisos, más libertad entre mejor te comportes”, su conclusión del mensaje fue: “¡Patojos!¡Jóvenes!, si quieren que se les trate como adultos compórtense como adultos!”. Me impresionó su conexión con la audiencia.
¿Qué tal si el conferencista para grandes audiencias, no sea usted ni yo, sino más bien sean nuestros hijos? ¿qué tal si ellos serán los predicadores con púlpito y contaran todas las maravillas que ni usted ni yo pudimos contar? ¿qué tal si ellos lograrán expresarse y conectarse con audiencias en formas más relevantes de lo que nosotros pudimos haberlo realizado?.
Entonces amigo, si usted se ha preguntado así como yo, acerca de la oportunidad de compartir un mensaje relevante a grandes audiencias, a lo mejor nuestra tarea está en reproducir esa enseñanza en nuestros seres amados, de tal manera que ese mensaje sea reproducido a su tiempo, tal como lo hace una buena semilla que requiere un proceso para generar un fruto agradable y abundante.
El desafío entonces, es replicar en nuestros hijos las enseñanzas no solamente predicadas con palabras, sino con ejemplos de vida que moldean el carácter y que ellos sean ese canal de comunicación a multitudes.
Seamos predicadores con púlpito en nuestros propios hogares.